Pon
Cristy desnuda a la orilla del abismo
danzaba grácilmente
y sus carnes se movían de arriba abajo
(gelatina dorada,
piernas celulíticas,
piel gruesa de orca,
olor a pedo),
ponía cara de tonta y miraba al infinito;
imaginaba un mundo donde la cicatriz de su mano no existiera
y donde su pelo fuera morado.
Este mundo era perfecto
Todos los hombres eran rockeros: pelo largo, de ropas negras, tatuajes en la lengua
y no conocían de rock.
Todas las mujeres eran más feas y gordas que ella
(jabalíes hembras de 500 libras),
ahí nadie sudaba
y todos usaban boinas de imitación de cuero y zapatos “alestar”
(el riesgo de verse ridículo es menor).
La danza de Cristy a la orilla del abismo
era la ofrenda que ella hacía a las hadas mediocres
esas que, como ella, blasfemaban al hablar de literatura
esas que se dejarían golpear por el marido.
Cristy giró con mucha fuerza
y los pliegues de su obeso cuerpo se elevaron desafiando la gravedad
dejando al descubierto costras tornasoles que ciegan
y perdió el equilibrio
cayó al fondo de ese abismo y se destripó
(saco de basura regada en la calle,
ayote podrido aplastado,
pupú de perro en el zapato de alguien,
vómito de bolo en una acera de Soyapango),
terminó de caer en su ignorancia.
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Escrito el 31 de marzo de 2006 a una compañera de la universidad.
5 comentarios:
Qué yuca
no quisiera ser tu compañero de universidad...
Explicame eso de "Raabesco" jajaja
Bueno tal vez por pasar con ella mucho mucho tiempo me he mutado. Pero, de hecho, eso lo escribí hace mucho tiempo. Saludos.
Este poema lo gozo como sólo gozo tus poemas!!! Siento de todo: risa, compasión, asco, consentimiento con la crítica...
Elena, jajajaja.
Mauxito, creo que soy buen compañero :D
Atilio M. Valiente, ya le contesté la interrogante en su blog -que fue donde se inició el tema- para llevar un orden lógico de comentarios.
Orpheo, todo eso sentía yo cuando era compañero de esta musa.
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